Camino a ser Reino Unido…
En éstas semanas, Reino Unido perforó brevemente el blindaje cultural y mediático que lo maquilla, dejándose ver sus ciudadanos, peleando a las piñas y con amenazas de cuchillo, por un poco de combustible o alimento. La causa principal es, a todas luces, el Brexit, la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Y aunque en esos aspectos, la crónica estaba anunciada y se puede entender en el hoy, el Brexit es un capítulo nuevo, de una historia de rivalidades, sentidos y disensos, que expresan el ser mismo del pueblo británico. Tomemos una taza de té, arrebatada a oriente, y veamos cómo (Y porqué) se pone el sol, en las tierras del “Imperio donde nunca se ponía el sol“.
En 2016, se produjo el Referéndum, que ingeniosamente se hizo conocido como Brexit, aludiendo, en el nombre, utilizado incluso por quienes se oponían, a la salida de Reino Unido de la Unión Europea. El resultado fue un escueto margen de 51,9% a favor del Leave (Salir), sobre un 48,1% por el Remain (Quedarse). Todo Reino Unido y Europa, quedaron atónitos. David Cámeron, debilitado, dimitió inmediatamente para favorecer el proceso de transformación venidero. Cuatro años después, en 2020, se oficializó la salida de Reino Unido, y las consecuencias empezaron a manifestarse con gradual y constante profundidad. Pero más allá de los avatares económicos que se hicieron visibles en éstas semanas, cabe la necesidad de analizar en un sentido profundo, histórico y político los dispositivos identitarios detrás de los argumentos que brotaron para resultar en éste suceso actual.
EL SER BRITÁNICO:
A principios del Siglo XX, la Alemania del Deutscher Kaiser Guillermo II proponía a Gran Bretaña, unirse a la Triple Alianza (Alemania, Italia y Austria Hungría). El Conde Hatzfeldt, embajador alemán en Londres, expuso sobre las oportunidades de tal propuesta, y los peligros para Gran Bretaña, en caso de permanecer aislada de una gran alianza europea. Lord Salisbury, conservador heredero de la línea imperialista de Disraeli, y que contaba sus últimos años de vida, escribió al respecto, lo que Norman Gibbs cita de ésta forma:
“El Conde Hatzfeldt habla de nuestro aislamiento como de algo que constituye un serio peligro para nosotros. “¿Hemos sentido alguna vez ese peligro en la práctica?” Si hubiéramos sucumbido en la guerra revolucionaria, nuestra caída no se hubiera debido a nuestro aislamiento. Teníamos muchos aliados, pero no nos hubieran salvado, si el emperador francés hubiera logrado el dominio del canal. Excepto durante su reinado, nunca hemos siquiera estado en peligro y, por lo tanto, es imposible para nosotros juzgar si el “aislamiento” bajo el cual se supone que sufrimos, contiene o no algún elemento de peligro. No sería acertado incurrir en nuevas y más caras obligaciones a fin de guardarnos “de algún peligro sobre cuya existencia no tenemos ninguna razón histórica como para creer en él”. (Liddel Hart, B.H, 1968, P. 11).
En ésta cita, salen a relucir tres aspectos fundamentales para comprender la geopolítica, la diplomacia y la cultura política británica. Por un lado, el factor condicionante de su situación insular, que determinó su posición cultural, diplomática, económica y geoestratégica, delineando la visión del mundo del espíritu británico, y del inglés en particular. Por otro lado, la condición europea ante las posibilidades, pero sobre todo los riesgos, devenidos de sus vecinos continentales. Y en tercer término, ligado a los dos previos, el factor de la incertidumbre en decisiones globales que siempre fueron, para los británicos, de vida o muerte, pero tan imponderables e impredecibles como los mares que los circundan, y que en cierto modo les han moldeado desde tiempos célticos.
Navegando entre el orgullo, la nostalgia, el aislamiento, el liberalismo progresista y un sentido de comunidad global, los británicos se sumergen en el Siglo XXI regresando a la era victoriana. O al menos eso parecen intentar creer.
Gran Bretaña fue un imperio, cuyo epicentro territorial era el actual Reino Unido, compuesto por tres naciones bien definidas: Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte. El imperio británico nació en tiempos en que Europa “descubría” el actual continente americano. Un imperio relativamente insignificante hasta el Siglo XVI, cuando las olas y arrecifes de las costas británicas, sumadas a la Armada, hicieron naufragar a la potencia naval española, en 1588. El Imperio Británico fue el primer imperio global en amplio sentido del término, pues no sólo en tamaño de superficie y cantidad de súbditos, sino también en cuanto al sistema económico que lo sustentaba, entretejido con una red global de comunicaciones y comercio, le hicieron integrar el globo bajo los designios de sus intereses, su dinero y su cultura. Eso es, al menos, lo que los liberales británicos quisieron ver, y se esmeraron en llevarlo a cabo en las luchas parlamentarias, contra el ala del imperialismo belicista de los conservadores, afines a la idea de cortar los lazos de las naciones continentales, y mantener el dominio de los mares y las colonias a cañonazos y, si es necesario, cometiendo los peores genocidios en pos de la gloria del Imperio. El Imperio Británico fue, de tal modo, el espíritu contradictorio, idealista e inhumano que tiño la mentalidad política británica desde sus orígenes. Y en ese esquema, el rol ante el continente europeo, siempre fue de competencia global. Los soldados británicos podían conquistar grandes naciones orientales a cañonazos, pero eran impotentes ante las demás naciones europeas. Por lo tanto, la estrategia general tendió a ser insular, marítima, y de una astuta diplomacia manteniendo una balanza de poder, haciendo que países como Francia, Alemania y Rusia, se contrapesaran entre sí, mientras la Real Armada mantenía el control del comercio mundial por los mares.
La primera Guerra Mundial, encontró los límites de la estrategia británica. Sin poder garantizar ya ese balance sólo desde el mar, y con una agonía lenta pero sostenida del esquema colonial, los británicos se vieron empujados a las trincheras europeas. El imperio, que había crecido saqueando recursos naturales globales, con un sistema comercial esclavista, colapsaba por su propio peso, desgarrándose por las secuelas de sus propios cimientos imperiales. Luego de la Gran Guerra, aun participando del despojo de las provincias otomanas y las colonias germanas, Gran Bretaña perdía el control sobre las islas del archipiélago: Hacia 1920 recrudecía la guerra con los independentistas irlandeses, y en 1921, luego del sangriento enfrentamiento, Irlanda del sur se convirtió en un estado libre. Gran Bretaña sostuvo su última gran guerra europea enfrentando al III Reich encabezado por Hitler, entre 1939 y 1945, exhibiéndose ya como una potencia de segundo orden, asistida por EEUU, endeudada, y forzada a devaluar su moneda más del 30% en los años siguientes. La última guerra imperial fuera de Europa, fue justamente contra nosotros, en 1982, con una victoria pírrica, con la asistencia de una ingente ayuda de EEUU y la OTAN en su conjunto, perdiendo, sin embargo, casi una decena, de los más sofisticados buques de guerra del momento, ante un joven e inexperto país sudamericano, con aguerridos conscriptos y pilotos de coraje e ingenio asombrosos. En 1997, el Imperio Británico, oficialmente quedó disuelto. Al Reino Unido, le quedan las joyas de la abuela Isabel II, para disfrutar un retiro placentero en su isla, protegido ahora por un contexto europeo más seguro. Pero, por poco tiempo.
Reino Unido formó parte de la Unión Europea desde 1973. Inicialmente como parte de la unión económica, y luego insertándose en las instituciones políticas europeas. La UE, desde su creación, no ha parado de crecer. En los 90´tras la caída de la URSS, se unieron grandes bloques ex soviéticos, y países balcánicos. En 2020, por primera vez, se oficializó la primer (Y única, de momento) salida: Reino Unido. Y las consecuencias, luego del anómalo año de auge de la pandemia, se profundizan en éste 2021.
CIUADADANOS DEL MUNDO; EUROPEOS, BRITÁNICOS… INGLESES.
La Unión Europea es una comunidad de estados que constituyen una unidad geopolítica en varios de los sentidos y dimensiones que componen la soberanía de los estados nacionales. Su estructura y sus instituciones han sido creadas ad hoc y no tienen ningún precedente mundial histórico o actual. Representa una novedad en la historia mundial, que asume la diversidad de tamaños, economías y particularidades sociales, económicas, culturales y lingüísticas de un continente como el europeo, de antiguas naciones con sentidos nacionales arraigados, e instituciones estatales consolidadas hace siglos. Contiene varias instituciones formales con diferentes funciones y jurisdicciones, que en general pueden ser similares a los de un estado nacional respecto a las provincias, pero con márgenes diferentes que no pueden incidir directamente en la política interna de los países miembros. Así, tanto con un Parlamento, como con dos Consejos diferenciados, una Comisión que elabora y propone proyectos; un Tribunal Superior, un Banco Central y hacia el futuro otras instituciones como el Ejército Europeo, la existencia de la UE, es un proyecto ambicioso de gobernanza global, de un continente conflictivo y diverso, que viene perdiendo peso en la economía y la política internacional desde hace un siglo. La Comunidad Económica Europea (CEE), creada en 1957 por miembros fundacionales como Bélgica, Francia y Alemania Federal, ahora forma parte de la UE, creada en 1993, que la engloba como una de sus instituciones. Hay que considerar que la UE tiene alrededor de 500 millones de habitantes, un poder adquisitivo promedio de 34.000 dólares anuales por persona y representa el 20% de la riqueza mundial en éste momento. Existen diferentes formas de pertenecer al bloque europeo, como integrando la Zona del Euro o no; siendo miembro de la UE o asociado. El caso de Reino Unido, miembro de la CEE desde 1973, durante la gestión del Primer Ministro Heath, del partido conservador, fue muy particular.
La Francia de De Gaulle, desde la posguerra hasta la muerte de éste, se opuso a las solicitudes británicas de ingresar a la entonces CEE. La decisión de los británicos fue, en su momento, también ad referéndum, así como hoy en día lo fue su salida. La existencia y las ventajas de la UE no son casuales respecto a la época en la que se fundó, ni las razones por las que Reino Unido quiso entrar, y ahora salirse. En los años 80`, con la era Reagan Tatcher, se inició en el mundo la aplicación sistemática de medidas económicas neoliberales de ajuste, privatización y desregulación, que en Reino Unido causaron estragos en la economía. Reino Unido se reconvertía en gran medida hacia un modelo financiero, adaptado a las transacciones entre Europa y EEUU, principalmente, así como en tanto nexo financiero con los nuevos esquemas de comercio global con naciones pujantes como Japón. Fue en ese período cuando prácticamente desapareció del mundo la manufactura británica, como los Land Rover de origen inglés, en tanto grandes industrias del taller del mundo, como MG Rover Group, que pasó a manos alemanas. Pero en la medida en que se abría paso la UE, las oportunidades y las posibilidades, se ligaron cada vez en mayor medida, a la adaptación a éste marco de comunidad europea, cada vez más organizada. El ingreso de Reino Unido, en un status especial que le permitía conservar, por ejemplo, su moneda, le brindaba los beneficios comerciales y financieros, así como la libertad a sus ciudadanos de transitar, trabajar y estudiar en el continente con menores requisitos. Básicamente, la UE trasladaba las fronteras nacionales, hacia las del continente, para unificar y consolidar barreras regionales ante la producción japonesa y el bajo costo chino. Y Reino Unido intentó no quedar afuera de las barreras, como una nación no europea, pero tampoco pretendía renunciar a Libra, y la capacidad de controlar soberanamente su base monetaria. Se creaba un mercado común, en el que se podía ejercer un libre comercio, como el que existe en la realidad: Con barreras aduaneras prácticamente blindadas para la competencia, pero con una apertura conveniente entre socios financieros e industriales. Nosotros, como naciones emergentes, sin control sobre la finanza global, y sin grandes industrias, conocemos el otro lado del mostrador del librecomercio: El ser saqueados y vaciados, vendiendo el alma y endeudándonos para comprar tecnología, mientras casi regalamos nuestros recursos naturales, y nos imponen requisitos burocráticos y un nivel arancelario de 12% y 50% según el rubro, y los acuerdos comerciales (Por ejemplo, como MERCOSUR, nuestros países tienen un acceso al mercado europeo en mejores términos, que si no existiera el MERCOSUR).
BREXIT: SER O NO SER.
Justamente, es el nuevo status de país no miembro de la UE, y teniendo que comerciar con la UE, en la misma condición que, por ejemplo, nuestro país, cumpliendo con los requerimientos para atravesar las enormes barreras burocráticas y arancelarias. Y no solo sobre bienes, sino también sobre las visas laborales, las becas de estudios universitarios, y cualquier otra documentación, tasas e impuestos previstos para extranjeros que pretendan entrar en la UE. Lo mismo respecto a los europeos que pretendan ir a Reino Unido, aunque eso ocurra con menos frecuencia a partir de ahora. Desde la salida formal de la UE, Reino Unido sigue siendo un socio comercial de la UE, dada su cercanía y los lazos centenarios con los países continentales, pero los niveles básicos de requisitos de visado y aduana, que deberán cumplirse para atravesar el Canal de la Mancha o la frontera entre Irlanda del Norte y del Sur, convierten, desde ahora, la vida de los británicos, en algo un poco más parecido a la que pueden tener ciudadanos turcos, argentinos o chinos, que se vinculen a la UE, por decirlo de una forma sencilla.
DISENSOS Y GRIETAS HISTÓRICAS:
Hacia adentro del Reino Unido, el Brexit representó una grieta enraizada en el sentido de la conciencia nacional, hereditaria de los históricos conflictos internos, y entrecruzada por los conflictos y disensos de larga data y diversas índoles. En primer lugar, a grandes rasgos, la disputa entre revolucionarios y conservadores monárquicos, en el Siglo XVII, que acabó con el Rey Carlos I decapitado 144 años antes que Luis XVI de Francia, la creación de la Mancomunidad republicana y luego la primer Monarquía Parlamentaria, otorgó al sistema del poder estatal británico de un mecanismo según el cual, el poder y los intereses de grandes grupos contrapuestos, lograron incidir en la política exterior más allá de los lazos de sangre y los avatares familiares de las casas reales europeas transnacionales. Y en esto hay que agregar también, que es la dicotomía derecha-izquierda del agitado parlamento británico, la que explica muchas de las concepciones de la política moderna en occidente. Todo un despliegue de historia, y un peculiar espectáculo de gritos de dos barricadas bien delimitadas e históricamente contrapuestas, en años recientes fielmente representada en la presencia del vocero John Bercow, retirado hace dos años, y célebre por sus aclamaciones de “order”, a manera de perlita.
En segundo lugar, desde la época victoriana, con el ascenso de la posición imperialista y aislacionista, fuertemente protectora de la industria e impulsora de la piratería y el colonialismo agresivo, fielmente representada en el Primer Ministro Disraeli, fuertemente ligado a la Reina, se mantuvo en una disputa parlamentaria permanente con los sectores del liberalismo inglés, idealista, pacifista y progresista, fuertemente representado por la figura de William E. Gladstone. Estas figuras poderosas y carismáticas de la era dorada del Imperio, representaron el contrapunto por excelencia de la visión británica del mundo. La posición imperialista del conservador Disraeli, expresaba la contingencia y la visión práctica pero inhumana de un espíritu británico cruel y saqueador, bajo una visión supremacista del mundo, que debía ser sometido “por su bien”, al poder imperial y los valores británicos. La visión liberal de Gladstone, por otro lado, veía en la cultura británica, y el incentivo de las ciencias, el aporte británico en un mundo, con el cual el Imperio debía convivir, materializando en los hechos sus valores humanos, liberales y civilizados. Tanto la integración al mundo como el valor de los logros técnicos británicos, compartidos en esencia, representaban, sin embargo, dos perspectivas totalmente opuestas en la cabeza del gobierno parlamentario, y marcaron en adelante la constante en la política exterior británica.
En tercer lugar, Gran Bretaña fue el fruto de las guerras internas en las islas, y en Europa. La presencia de una Europa continental desarrollada entre los siglos XIV y XVII, cuando Gran Bretaña era la periferia pobre y sufrida de Europa, había desarrollado en los británicos, y sobre todo en los ingleses, un sentido defensivo y aislacionista permanente; una política comercial proteccionista inevitable, y una corriente de pensamiento político de unidad forzada por la necesidad de sobrevivencia, en conflicto permanente por las fuertes identidades culturales escocesas e irlandesas. Como ya se dijo, Irlanda se fracturó en el Siglo XX, tras una sangrienta guerra de guerrillas, entre la parte independentista que forjó Irlanda del Sur, católica, y la Irlanda protestante del Norte, leal a los ingleses (Aunque también con una fuerte tensión que cada tanto se manifiesta). El caso de Escocia es diferente. Escocia es, en tamaño relativo, una nación de menos de un tercio en relación a Inglaterra. Derrotada en la sangrienta guerra, fue sometida al dominio inglés, y convive bajo gobierno británico, aunque, al igual que otras, con sus propias instituciones y su propio parlamento desde 1998, que delegan en Londres su política exterior y comercial. Escocia celebró hasta ahora tres referéndums: En 1979 por la descentralización, que triunfó por 51,6% Vs 48,3%; el segundo en 1997 por la creación del Parlamento escocés, que triunfó por el 63,5% Vs 36,5%, y en 2014 por la independencia, en la que el 55,3% por el No, se impuso sobre el 44,6% del Si. El sur escocés, siempre fue el más ligado a los intereses de Londres, y si bien el sentido independentista escocés siempre fue marcado, las promesas de la integración europea, relativizaron y relajaron los ánimos independentistas. Sin embargo, ello cambió cuando Reino Unido votó por el Brexit en 2016. Escocia e Irlanda del Norte votaron contundentemente por permanecer en la UE. Algo que se explica con lo que denominan “efecto Bruselas”, y el centro inglés constituyó, con su contundencia demográfica, el eje de concentración del voto por la opción “Leave”. La Primer Ministra Sturgeon, líder del Partido Nacional Escocés, anunció que se prepara Escocia para un nuevo Referendum, que hoy, con una alianza entre su partido y el Partido Verde, acompañados por las consecuencias de la decepción del pueblo escocés, apuntan a un inminente referéndum aprobando la independencia. Esto habrá de ocurrir, antes de finalizar 2023, según el gobierno escocés, aunque el conservador Boris Johnson, se opone porque “No es el momento”.
Ciertamente, no es el momento, para el gobierno británico, pues las consecuencias del Brexit, se están haciendo sentir. Se trata de un proceso de readaptación, de una sociedad y economía integrada a Europa, con lazos beneficiosos, que a partir de ahora deberá “vivir con lo propio” en muchos aspectos.
En el ámbito comercial, el lobbie pesquero y marítimo, emblema actual de los resabios de la nostalgia imperial marítima como piel de la soberanía nacional británica, fue un gran pretexto para el Brexit en la campaña de 2016. El pretexto, era que, siendo territorio marítimo nacional, el área de pesca atlántica al oeste de las islas, queda ahora bajo dominio exclusivo de Reino Unido, y no ya compartido con los demás países europeos.
Pero tanto el área industrial, aún de gran peso, como la financiera, que representa hasta el 10% de los ingresos nacionales, se vieron resentidas. Las raíces de las complicaciones económicas, están fundamentalmente en las barreras aduaneras, que, aunque en nuestro país se crea que el primer mundo es “liberal” en sentido de ausencia del estado en las regulaciones, son, por el contrario, auténticas murallas chinas de proteccionismo. Y ésto incluye, además de aranceles, el fin de lazos internos para favorecer el intercambio de personas y conocimientos, como el Programa europeo Erasmus, y las enormes subvenciones estatales europeas a la educación. Al quedar Reino Unido fuera de esto, y de las facilidades comerciales, tanto el sector productivo industrial, como la juventud estudiante, que votaron mayormente por el “Remain”, fueron los grandes perdedores.
Los problemas económicos, están así, ligados a los demás. De la misma forma que los ingleses volvieron a establecer sus fronteras con la UE para los bienes, también lo hicieron para con los estudiantes y el personal calificado. La diferencia entre poder viajar, estudiar y trabajar en 28 países, o en 1 país, hace que emigren masivamente estudiantes, nacionales y extranjeros, así como profesionales. Esto se hizo evidente con la partida del 20% de los camioneros, que dejaron a las islas prácticamente desabastecidas. Y eso se sabía hace cuatro años, como mínimo. El colapso evidenciado en septiembre, hay que agregar, es la suma de la agonía logística y financiera derivada del Brexit, a las complicaciones del restablecimiento en condiciones diferentes, del comercio global, después de la pandemia, que está representando un desajuste mundial en las cadenas de suministros y también afecta a países como el nuestro. Pero en ningún país se colapsó el sistema como en Reino Unido. Detrás de los camioneros, y los profesionales, incluso el sector pesquero queda sumido en la incertidumbre. Porque el mayor logro del comercio capitalista, es la logística que incluye producción, distribución y comercialización a bordo de máquinas y vehículos. Los órganos sensibles de las economías desarrolladas, y que las diferencian de las subdesarrolladas, es su cualificación y el incentivo de producir y trabajar en un sistema de logística avanzado y eficiente.
ADAPTACIÓN:
El tiempo venidero es para Reino Unido de adaptación y reconversión. Otros países de Europa, comenzarán a reemplazarla en sectores claves en los que se desempeñaba. Por ejemplo, operaciones financieras de gran escala para la UE, que hasta ahora operaron en la poderosa City londinense. La industria británica tendrá un incentivo para autonomizarse, pero sus costos serán sumamente elevados, mientras el gobierno tendrá que fortalecer las barreras arancelarias para protegerle (Si pretenden conservarla), y las ganancias pesqueras no serán suficientes para compensar al fisco el asumir mayores responsabilidades para mantener políticas públicas estratégicas de incidencia regional, que la UE despliega en todo el continente. Se prevé la contracción económica de ambas partes, aunque la más lastimada será la economía británica. Y si bien el tiempo le dará la posibilidad de recuperarse y adaptarse, con el sentido práctico y testarudo de los ingleses, lo cierto es que el Brexit representa la lápida a la existencia de Reino Unido tal como lo conocemos. Será, otro Reino, ya no tan unido, y de una relevancia relativamente inferior, y no necesariamente porque carezcan de capacidades para mantenerse en un estándar elevado. Sino porque, la UE, cada día más asentada en resortes estratégicos institucionales y económicos, como medio de sobrevivencia de las pequeñas naciones de Europa en un mundo de colosos continentales como EEUU, China, India y en menor medida Rusia y Brasil, no puede permitirse a partir de ahora hacer concesiones. La UE, para sobrevivir, necesita sostener una posición más indiferente con Londres, y más amigable con las demás capitales europeas, para aleccionar mejora quienes dudan, y para incentivar mejor a quienes están dentro. Reino Unido no la tendrá fácil. La economía británica viene, lenta pero constantemente, quedando rezagada en relación al corazón alemán de la economía de la Europa continental, y eso puede deberse a su participación, o bien a su no completa integración en el Euro. Pero a la vista de los hechos actuales, la UE representaba en realidad la causa por la que esa brecha no se ampliaba aún más.
Las espaldas de Reino Unido, a partir de ahora, sólo pueden estar cubiertas por EEUU. Tal como Charles De Gaulle consideraba a Gran Bretaña “el perrito faldero de EEUU”, más que nunca eso tendrá que ser política de estado de Down Street, ante una Europa más distante.
A nivel geopolítico, además de la nostalgia de las franjas etarias mayores, que votaron por el Brexit, existen los cuestionamientos a la UE, y su descoordinación, sus vacilantes consensos y la presión en la crisis financiera (En que países como Grecia fueron prácticamente demolidos), y la de los refugiados. Siempre, secuelas de acciones antojadizas de gobiernos europeos que acaban adoptando políticas discrecionales, como Francia y Reino Unido bombardeando Libia y Siria para luego propiciar un aluvión de refugiados de los que luego se niegan a responsabilizarse. Otro de los puntos fuertes de conflicto en que la UE podrá manejar su política de incentivos o desincentivos, será en el caso de Gibraltar. El peñón español en manos británicas, fuertemente ligado a España y la UE, y que votó en un 96% por quedarse en la UE. Si bien el caso dista bastante del de Malvinas, hay que considerar que, en ambas situaciones, la nueva situación tiende a debilitar mucho la capacidad de Reino Unido de tener la primera o la última palabra en la mesa diplomática. Su debilidad geopolítica en el nuevo escenario, esperando el respaldo de EEUU caótico, le llevará a la necesidad de hacer concesiones y gastar en metálico o en armamento, la fuerza que hasta hora tenía por la simple credencial europea.
El tema es extenso, pues sus consecuencias están en desarrollo en tiempo real. Si bien hace años se sabían las consecuencias en términos generales, y el gobierno de Johnson aseguraba tener todo previsto, en éstos meses hemos visto escenas caóticas, desabastecimiento, caos, y personas amenazándose a cuchillo para cargar combustible o comprar víveres elementales. No hay que olvidar, que los sucesos de 2016, son las piedras basales de la consagración de la derecha conservadora que asola occidente, y de la cual los efectos se siguen sufriendo en muchos aspectos. Las ultraderechas europeas, marcadas por el nacionalismo xenófobo, en Gran Bretaña se combinan con el conservadurismo heredero del célebre Disraeli de la era victoriana, y asumen un cariz aislacionista, con los mismos ademanes y verborragia de gritos, insultos y descalificaciones personales a un nivel de irresponsabilidad, que en nuestro país paradójicamente se traducen en fuerzas políticas autodefinidas liberales. El mayor vocero del Brexit, fue el partido UKIP, encabezado por Nigel Faraje, eurodiputado hasta 2020, que, fiel a la moda reaccionaria actual, basa sus argumentos en insultar a las personas, y exhibir una retórica antialemana, sin mayor profundidad de análisis político alguno.
Entre tanto, el Brexit fue eminentemente político, no económico. Y las fuerzas políticas que lo encabezaron y lo defienden aún hoy, como toda ultraderecha, evocan a la nostalgia y sentimientos arraigados en el espíritu popular, pero obnubilando a la población con discursos emocionales que apelan a un Destino, sin aclarar los aspectos materiales de ese “destino”, ni explicar el cómo, ni cuál será el beneficio material concreto para la población mayoritaria. Ni que hablar de los beneficios en la calidad humana y democrática del mundo, dentro y fuera de las fronteras.
Fue una campaña plagada de manejo de big data (Eufemismo para no decir: Robo y manipulación de datos privados); fake news (Mentiras) y manipulación mediática de tipo sociopatía organizada corporativa, como la que experimentamos en Argentina desde ciertos sectores políticos corporativos, en un período en que éstas prácticas hallaron un clímax mundial. Y como suele suceder con éstos procesos, el Brexit parece ser en todo aspecto, un gran fraude. Sus consecuencias, sólo harán un bien a Europa: Los demás países europeos se negarán a pasar por lo mismo.
Más allá de la imposibilidad de establecerse certezas, el sentido de la incertidumbre que fue fiel compañía de los británicos durante casi toda su historia, vuelve a sus costas. Solo que ahora, los mares del mundo son mucho más grandes; hay más competidores poderosos, y Reino Unido es cada día más pequeño.