25 de mayo, del pueblo, la patria y los infernales.

Las jornadas de mayo fueron días de mucha tensión política, días antes con la llegada de las noticias sobre invasión Francesa en España, el poder institucional del Virrey se veía debilitado. A partir de esto y con la inquietud de los criollos, creció, principalmente en Buenos Aires la acción revolucionaria de varias personalidades que marcarían la historia. En este texto no solo vamos a analizar este pedacito de historia, sino que vamos a poner en discusión muchos conceptos aprendidos.

Según la historia que leemos en la escuela French y Beruti, dos de estos tantos revolucionarios, el 25 de Mayo de 1810 repartían escarapelas como insignia de la revolución, pero, ¿eran más que solo escarapelas?

La escarapela en esa época era una insignia militar para distinguir en batalla a sus propias fuerzas, entonces, las entregadas por estos revolucionarios no eran celestes y blancas, y tampoco eran las que conocemos hoy en día.

Domingo French y Antonio Beruti, más que dos jóvenes entusiastas de la revolución eran dos dirigentes de ella. Comandaban un grupo armado llamado “los infernales” o “los chisperos” -debido a que usaban armas de fuego a chispa-, grupo formado mayoritariamente por el sector más pobre de la revolución. Los infernales no eran diplomáticos ni conciliadores, seguían la voluntad de pueblo que sistemáticamente había sido excluido por la historia oficial, muchos venían de los suburbios y eran marginales.

Los “Infernales” era el término que la oligarquía conservadora de ese entonces les adjudicaba por generar climas de agitación constante, en favor de la revolución, clima que el 20 de mayo de 1810 hizo que se proclamase un cabildo abierto. La amenaza que significaba este grupo para el poder de Cisneros era de muerte, pero los españolistas creyendo de ignorante al pueblo buscaron la participación de las provincias y, con el tiempo que esto significaba, quisieron “mandar a sus casas” a los revolucionarios.

Pero el 22 de mayo, para asombro de los españolistas se votó la deposición del Virrey, deposición que había sido condicionada por la acción de los infernales y la colaboración de los Patricios quienes se instalaron en la plaza para decidir quién ingresaba o no lo hacía al Cabildo. En ese momento surgieron las “escarapelas” o insignias revolucionarias de color blanco (cabe destacar que la escarapela celeste y blanca fue promovida por lo Sociedad Patriótica un año más tarde). El 23 los realistas lograron, con astucia, imponer su junta provisoria presidida por Cisneros y fue por esto por lo que se produce una masiva participación popular, negada por la historia conservadora que no incluía en sus análisis las cuestiones de clase.

Gracias a que French era cartero único en Buenos Aires -por lo que las ideas revolucionarias eran altamente difundidas-, con el apoyo de sectores populares y la milicia, los infernales se lanzaron a la calle el 24 exigiendo la renuncia de la junta provisoria. Ivan y venían listas y nombres para la primera junta revolucionaria sin que se llegase a un acuerdo, pero fué Beruti, quien con gran astucia e irrumpiendo en el cabildo escribió los nombres de aquella junta. Aún el 25, fue fundamental que los revolucionarios, violentando la puerta del cabildo al famoso grito de “¡el pueblo quiere saber de que se trata!”, dieran por concluida la discusión sobre quienes ocuparían esos puestos.

El pueblo armado dió su veredicto, la junta revolucionaria no podía ser negada. Aunque la historia conservadora no quiera adjudicar el nacimiento de la patria a los sectores populares y más humildes, con incluso la participación de mujeres y pueblos originarios, debemos tener presente siempre que tal como dijo Cristina Kirchner “puede haber pueblo y revolución, lo que no puede es haber revolución sin pueblo”.

Fuentes: El Historiador (Felipe Pigna); Pacho O´Donnell.

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