Colombia, un país del que no se habla más.

En los últimos años, la hermana república de Colombia ha venido viviendo una convulsión social de características históricas que, sin embargo, parecen haberse desvanecido de los medios de comunicación y las agendas comunicacionales de las redes sociales en las últimas semanas.

Imagen de archivo.

Desde el Bogotazo en 1948, no tenemos noticias de algo similar, o que no refieran al conflicto estructural vinculado a la guerrilla y los paramilitares. Y entre los meses de abril y junio, la tensión social creciente, aplacada por las restricciones que la pandemia impuso, explotaron nuevamente, en espirales violentas que en general, desconocemos.

Por lo tanto, para intentar saber ¿Qué pasa en Colombia, y porqué no se habla mucho sobre Colombia?, sirve comenzar por ¿Qué es Colombia? ¿Qué ha sido Colombia? Y finalmente ¿En cuánto nos vemos reflejados en todo Latinoamérica, sobre lo que representa la forma que el poder le ha dado a Colombia?

Hay una lectura rápida para llevar a cabo, sobre la especificidad de éste hecho en pleno Siglo XXI, pero también se vuelve necesario, recurrir a un análisis adentrado en los elementos estructurales de la constitución social, política y económica de Colombia, para arribar así a una comprensión relativamente íntegra, de la erupción social de éstos tiempos.

En la última semana de junio, se difundieron noticias que trascendieron el cerco mediático. Lo cual suele producirse cuando un tema desplaza al otro en la agenda mediática: El atentado contra la vida del presidente Duque, a balazos sobre su helicóptero. Un hecho opaco y confuso, que no tardó en ser utilizado para desviar temas (Aunque no por ello deje de ser relevante, tratándose de la vida de una persona, y en particular de un presidente). El primer recurso, y salida dialéctica, se dio a través de una acusación solapada al gobierno venezolano de Nicolás Maduro, al difundirse la versión oficial del gobierno colombiano, según la cual, fueron encontrados un fusil AK-74 y un fusil FAL de origen venezolano (Ambos de 7,62mm, el primero de origen soviético, y segundo de origen belga, ampliamente difundidos y utilizados en las FFAA de muchos países de la región, incluida la Argentina como el caso del FAL), en la zona del atentado, a 1.2 Km de la cabecera del aeropuerto de Cúcuta.

Sin embargo, con todo esto, la trascendencia mediática no pasó a mayores, sino a formar parte del ya clásico esquema de culpar a Venezuela, prácticamente por todo. Entre esto, y la situación respecto a los opositores nicaragüenses, acusados por aquel gobierno de atentar contra las instituciones, que los llevó a prisión, el tema de Colombia desapareció, dormido, entre tanto la tensión social continúa. ¿Por qué podría continuar?

En la Edad Media, las clases sociales eran estamentos, caracterizados por diferencias en niveles de recursos socioeconómicos, posesión de la tierra y representación de una función político social concreta. Así, existía la nobleza; el clero y el campesinado, a los que se les fue sumando paulatinamente, una cada vez más definida burguesía, que mediante el comercio y el desarrollo de las labores artesanales manufactureras, les permitió obtener relevancia, pese a no contar inicialmente con títulos nobiliarios. La revolución social que significó aquel gradual ascenso social de clases sin títulos de nobleza, o sin cargos eclesiásticos, fue rompiendo un esquema según el cual, el rico, dueño de la tierra, no podía dejar de ser rico, pues el campesinado debía vivir alimentando su riqueza. Y el pobre no podía dejar de ser pobre, pues sería castigado severamente si lograba acumular riqueza de alguna manera, aunque fuera mediante el fruto de su esfuerzo.

¿No es, acaso, similar a lo que ocurre cuando, con sospecha, en Latinoamérica se observa a una persona pobre, llevando consigo repentinamente un objeto de mucho valor? No solo en Latinoamérica: En países como EEUU, el ser incluso de piel negra, y conducir un automóvil de alta gama, provoca la tentación en los policías de detenerle a quien sea, para pedirle documentación. Hay una escena de Men in Black (Hombres de Negro, con Will Smith), en que el protagonista comenta que el automóvil con tecnología alienígena que usaban, debió ser equipado con un conductor artificial que emule a un hombre blanco, pues al haberlo intentado con modelos “de color”, solían tener el problema de ser detenidos con regularidad, por la policía. Así, clase social, estratificación y racismo van de la mano en los esquemas de la injusticia social. Pero hay un denominador común que aún impera, y que permite diferenciar a nuestras sociedades, de las lejanas épocas de la Europa feudal: Explícitamente, no existe diferenciación como condición jurídica o legítima, sino como una percepción subjetiva, aunque amparada en realidades que se padecen.

En cambio, en Colombia, ocurre un caso llamativo: Como en la era medieval, las personas no son ciudadanos iguales ni siquiera en teoría: Se dividen en estratos. No se trata de una distinción racial, ni de títulos de nobleza o relación sanguínea, y tampoco estrictamente de poder adquisitivo. Se trata, en toda regla de un sistema de ordenamiento territorial socioeconómico, regido por la condición habitacional de seis clases sociales, según niveles de costos de vida en relación a servicios esenciales, como la electricidad. Ahora, lo más llamativo: Básicamente, y con cierto cinismo sociópata, se sustentan en algo que puede parecernos “justo”: Los estratos del 1 al 3, son aquellas personas que habitan en viviendas que pagan servicios por debajo de lo que cuestan. En tanto, los colombianos del Estrato 4, pagan los servicios al costo real (Como una “clase media”), y los privilegiados de los Estratos 5 y 6, en tanto clases altas, pagan cada servicio a un costo superior a su valor real. De tal modo, se produce cierta redistribución de recursos. El asentamiento de éste esquema de subsidios de las clases altas a las clases bajas, se ha consolidado como una forma de perpetuar la división en clases sociales, porque, de hecho, la naturaleza de toda desigualdad, no pasa lisa y llanamente por la presencia o ausencia de redistribución de recursos, sino por la paridad o disparidad de oportunidades de origen.

El sustento de los colombianos a través de sus fuentes de ingresos como trabajadores, está fuertemente determinado por el acceso a empleos jerarquizados o calificados. Todo lo cual, implica educación. Sin ésta, las personas de condición humilde, raramente acceden a empleos de altos ingresos, y por lo tanto, su pertenencia a estratos inferiores no solo es consecuente, sino también, necesaria para morigerar su situación. Así es como, el sistema de estratos, que es la consecuencia institucionalizada de una política focalizada de redistribución de recursos, para paliar un sistema de desigualdades de base, constituye la forma de petrificación de las desigualdades. Para entenderlo mejor, la socióloga Consuelo Uribe Mallarino, vicerrectora de Investigación de la Universidad Javeriana, explica que “No hay incentivos para moverse de estrato, ni tampoco para mejorar la residencia, porque se corre el riesgo de que le reclasifiquen el estrato y se termine pagando más”.

Los colombianos esperan abolir éste sistema de trampas en que están encerrados, y comprenden ahora, muchos de sus intelectuales y activistas, la clave para sortear dicha trampa: La igualdad de oportunidades de ascenso social desde el acceso a la educación (Y otros servicios públicos fundamentales, como la salud).

En 2019, al año siguiente de la asunción de Iván Duque a la presidencia, comenzaron a producirse protestas masivas de estudiantes exigiendo, en primer lugar: Educación universitaria libre y gratuita para todo el pueblo colombiano. La falla del sistema de castas quedó expuesta, y la clave para un sistema más justo en origen, ya estaba en la mira de la juventud colombiana. Fue entonces, cuando llegó la pandemia, y las medidas restrictivas necesarias, aplacaron los ánimos durante un año.

El propio Duque se encargó de reavivar el fuego cuando intentó aplicar una reforma tributaria regresiva (Como son todas las reformas tributarias impulsadas por la derecha cuando agota su crédito internacional). El 28 de abril, Bogotá, Cali y casi toda Colombia estallaron en protestas.

Pero, para comprender además el contexto, hay que agregar que éste sistemas tan acentuado, no ha llegado a ésta instancia livianamente. Y los propios colombianos no han explotado de ira por ser particularmente conflictivos. La gota que ha causado el derrame, ha caído sobre un vaso lleno al tope de injusticias, desigualdad y violencia policial y paramilitar. Una sociedad derechizada por el sistema, aprisionada en un sistema de castas, en que los ricos son la cúspide de una pirámide social infranqueable, donde la política social gubernamental ha constituido sólo la chequera focalizada al otro lado del garrote, a la sombra de las 7 Bastillas, que son las bases estadounidenses. Es el orden liberal ideal para nuestra derecha: De ejércitos privados controlando y dando órdenes a los propios militares nacionales; una relación íntimamente estrecha con EEUU, “paladín de la libertad y la democracia”, y un sistema económico en que, cualquiera es libre de hacer lo que quiera, siempre y cuando, haya nacido en una familia que le pueda pagar los estudios en la universidad privada, determinando su pertenencia a un estrato superior, con el que se identificará socialmente por el resto de su vida, y desconociendo a sus propios compatriotas.

Todo eso, es el marco inicial para entender, a través de las peripecias del uribismo afín a EEUU, derecha neoliberal asentada en Colombia desde hace décadas, que ha cometido en los últimos meses, crímenes como desapariciones, lesiones por balas de goma, muertes, agresiones sexuales y asesinatos, advertidos por la CIDH, que envió una misión al país sudamericano.

Se supo que, desde el 28 de abril a finales de mayo, ocurrieron 775 protestas, con al menos 46 muertos civiles, 2 policías; 1106 heridos entre civiles y policías, de los cuales 47 son civiles con sus ojos lesionados; y 308 desaparecidos. Una represión de terror, como corolario de décadas de gobiernos neoliberales de terror.

Los colombianos pagan con sangre el ansia por una libertad real, allí en aquel país del que, a nosotros, nos ha llegado siempre versiones edulcoradas como espejismo ideal de la derecha local, con su repertorio de falacias cómplices. Y cuando los propios colombianos han decidido, al igual que los chilenos, que no hay vuelta atrás, y que no están dispuestos a dejarse amedrentar por la aparición de cadáveres mutilados flotando en los ríos, o cientos de estudiantes con los ojos arrancados a balazos, la dictadura mediática del olvido ideológico nos lleva a hacer creer que todo se terminó, y que volvió la calma. Que en ésta última semana hayan recordado la existencia de Nicaragua, es una prueba de la necesidad desesperada, de desviar el foco de atención, acerca del fin de la paciencia de los colombianos. Colombia, como modelo liberal, imprime rasgos socioeconómicos de carácter medieval, y semejante situación, conlleva el riesgo de un colapso que debe ser omitido de la agenda, imperiosamente.

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