La pandemia nos obliga a pensar la educación del futuro.

Desde el 16 de marzo, se suspendieron las clases presenciales en todo el territorio de la República Argentina, a raíz de la pandemia por el coronavirus. Sin embargo, así como en muchos otros países, se decidió adoptar una modalidad de estudio virtual para dar respuestas a padres, estudiantes y docentes sobre la continuidad del ciclo lectivo. Con el objetivo de continuar con el calendario escolar, la comunidad educativa en su conjunto, con los actores mencionados atrás, debió aprender e interiorizarse sobre las herramientas tecnológicas que se pusieron a disposición para la enseñanza y el aprendizaje.

Así, se fue -y se sigue- configurando una modalidad educativa virtual sobre la marcha. Pero, más que generar calma, surgieron nuevas inquietudes que, con el correr de los días, generan malestar en alumnes, profesores y familias que comienzan a posicionarse en contra de esta nueva forma de cursada; al menos, de los modos en que se está llevando a cabo.

Los datos que arrojan diversos medios y organizaciones son alarmantes: 37 000 chiques no tienen acceso a Internet para hacer sus tareas según la UCA. En Río Negro, el 21,6% de les estudiantes no tienen redes de conectividad disponibles.

Aquí, en Bariloche, la Federación de Estudiantes Secundarixs difundió un informe este lunes en el que da cuenta de la problemática situación que vivimos les estudiantes: los vínculos entre les profesores y el estudiantado se ha visto seriamente deteriorado, los trabajos prácticos carecen de contenido teórico y sobrecargan a les alumnes con actividades extensas, existen dificultades en diversas áreas -sobre todo matemática y ciencia y tecnología- y les chiques no saben cómo utilizar los diversos programas y aplicaciones de estudio.

Pero esto va más allá. Las diversas problemáticas que se desataron durante esta pandemia en las escuelas son tan sólo un síntoma de las viejas dificultades y adversidades del sistema educativo actual.

Cuando se tiene un modelo de enseñanza y aprendizaje estancado en el tiempo, que no motiva a les pibes, que genera estrés y angustia en elles, que no fomenta el verdadero debate y la inclusión, que no aplica las leyes de ESI sancionadas hace años, significa que la escuela ha dejado de funcionar correctamente hace mucho tiempo.

Creo que uno de los problemas más graves de la educación virtual en este contexto de pandemia es la falta de enseñanza e incorporación previa de la tecnología en las aulas. Acá no nos podemos olvidar del programa Conectar Igualdad, que desde el 2010 fue inaugurado bajo el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y garantizó la entrega de más de cinco millones de netbooks para estudiantes secundaries. Así, por un lado, se reducía la brecha de conectividad de las familias, al tiempo que se comenzaba a incluir la tecnología en las aulas. Sin embargo, en este último punto debemos decir que han faltado políticas educativas que incluyan el uso de esta herramienta de forma obligatoria, por lo que cada escuela decidía de qué forma se utilizarían las netbooks -en la mayoría de los casos, les chiques no aprendieron a utilizar las computadoras de forma productiva en la escuela-. El plan fue discontinuado durante la gestión de Mauricio Macri en el 2017, junto a recortes y ajustes a todo el sistema educativo público en general.

¿Cuánto habría servido la entrega de netbooks en esta situación? ¿Cuántes chiques que hoy no tienen acceso a una computadora podrían estudiar en mejores condiciones? ¿Cuánto se habría aligerado la problemática?

Otro de los puntos que hay que mencionar es que la escuela, en esta modalidad, perdió su función social. Con “función social” nos referimos a que la escuela, además de un simple edificio en el que se aprende y se enseña, es un dispositivo que contiene, acompaña en el desarrollo y sirve para que les pibis se alejen, aunque sea unas horas al día, de situaciones conflictivas que sufren en sus hogares y con sus familias muchas veces. Esa suerte de protección quedó sin efecto desde el momento que se inicia el aislamiento.

De todas formas, es una situación momentánea -la suspensión de clases presenciales- que esperemos superar pronto, por lo que debemos confiar en que este soporte que la escuela proporciona a les chiques va a volver y reforzado.

Algo que ha quedado más que demostrado a raíz de la crisis, es la importancia del Estado como institución que garantice la seguridad social y los servicios esenciales. El Estado, quizá con nuevas formas como muchos auguran, deberá salir fortalecido de esta situación, con nuevas herramientas y proyectos de Nación.

En ese sentido, la educación pública también tendrá que ser revalorizada como nunca, con más presupuesto y atención a las realidades de les chiques. En ese marco, debe haber un rediseño radical -algo que se necesita hace años- del sistema de enseñanza y aprendizaje, con nuevas disposiciones, con la inclusión de la tecnología de forma productiva, fomentando aún más el debate y la opinión crítica, y con la vuelta de programas clave como el Conectar Igualdad.

En cuanto a lo que sucederá este año, no podemos pretender que se siga, a toda costa, con el calendario escolar típico en un año que es extraordinario. La escuela no puede permanecer ciega a los contextos sociales, económicos, sanitarios y políticos de la actualidad.

Finalmente, también la escuela debe ser puesta en valor en su función de velar por la justicia social, terminando con inequidades y desigualdades. Podemos dejar pasar esta crisis y seguir normalmente, o aprovechar este momento como una oportunidad de cambio y mejora de las condiciones preexistentes.

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