Revolución alienígena: Chile cambia su mundo.

Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice, y no tenemos las herramientas para combatirla. Por favor, mantengamos nosotros la calma, llamemos a la gente de buena voluntad; aprovechen de racional… de racionil… racionar la comida, y vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. Con ésta frase, se hizo conocido, en los ojos de la poderosa derecha continental, y por primera vez en Chile, el temor al levantamiento popular contra la desigualdad y la injusticia. Y esto no terminó allí: En éste momento, se gestan de a poco sus primeros frutos a nivel político e institucional.

El fragmento del angustioso diálogo telefónico, se filtró a los medios el 21 de octubre de 2019 en las redes sociales, desde Santiago. Se trataba de la voz de Cecilia Morel, primera dama y esposa del presidente Sebastián Piñera. Expone, con tensa calma, una situación de caos generalizado en la hermana República de Chile, luego del estallido social que comenzó el 18 de octubre y se convirtió, con el paso del tiempo, en una auténtica revolución social. Los chilenos, realmente hicieron tronar el escarmiento sobre su élite política, y la derecha chilena se encontró, tal como lo decía la señora Morel, totalmente sobrepasada, intentando sin éxito encontrar palabras adecuadas. Y es que no: No se trataba de una invasión alienígena, sino de una revuelta social.

¿Qué sucede en Chile, y qué queda por delante para los chilenos (Y para Latinoamérica)?

El modelo chileno:

Consabido es que los demás países de la región, son vendidos a través del marketing de la política de derecha en nuestro país, como modelos a seguir, siempre por las mismas razones: El éxito económico derivado de las políticas liberales, que sin eufemismos representan ajuste; desregulación comercial y financiera; privatizaciones; apertura irrestricta a las importaciones; quita de impuestos a grandes empresas y grandes fortunas y, en fin, todo lo que implique reducir el estado (Es decir, el estado al servicio de la ciudadanía) a una mínima expresión. Con especial énfasis, la retórica derechista apela a los grandes modelos de Uruguay y Chile, en forma sistemática, y para sostener los slogans, se valen de la riqueza nacional medida en PBI per cápita (Cociente de Producto Bruto Interno y población). Ambos casos son paradigmáticos. Por un lado Uruguay, ha pasado a oficiar de paraíso fiscal, y escaparate de la clase alta argentina, que hace su fortuna en Argentina pero instala la idea, de que en Argentina no hay oportunidades, alojada en mansiones en la hermana república oriental, de donde el 18,3% de los propios nativos uruguayos se ven obligados a emigrar. El porcentaje más alto de la región. Y lo que es más curioso: La mayoría (21,3%), emigran hacia nuestro país.

Fuente: Banco Mundial

Por otro lado, sobre el caso de Chile, en cuando a PBI Per Cápita, éste ha experimentado un crecimiento relativamente sostenido, que en esos términos lo sitúa en Us$ 13.231, ante los Us$ 8.441 de Argentina. Partiéndose a mitad de siglo XX con una relación inversa, en que Argentina lideraba la región (Banco Mundial, 2020). De hecho, y como demuestra el gráfico a continuación, Argentina lideró la región durante décadas, siendo superada sólo durante la última dictadura cívico-militar, y luego durante el colapso provocado por el gobierno de F. De la Rúa. Posteriormente, sólo volvió a superar a Chile en ésta peculiar medición, en el año 2015. Pero duró poco, ya que justo ese año, volvía a la Rosada un gobierno neoliberal, que suele tener el efecto de una pesada ancla de la que, al parecer, los argentinos no podemos deshacernos.

Mientras batallamos (nuevamente) con la abultada deuda a pagar, y lidiamos con la pandemia, Chile enfrenta sus propios demonios. Como sabemos, en el mundo real no se reparte la riqueza jamás en forma equitativa, como sugiere el espejismo de basarse sólo en la medición del PBI Per Cápita entre países. El capitalismo se basa precisamente en cierta desigualdad de ingresos, en pos de la estructura de ganancias del capital, y lo que corresponde al sector asalariado. La vieja disputa liberal sobre cuánta desigualdad debe existir para garantizar el desarrollo y el crecimiento económico del conjunto, enfrenta en todos los países a alas progresistas y conservadoras. Y Chile se convirtió para la derecha argentina y regional, en el ejemplo, luego de que el ejemplo argentino de la era neoliberal 1976-2001, dejara de ser “ejemplar”.

Nuestro país retomó en 2003, básicamente para recuperarse del saqueo liberal, la senda de la protección de la industria nacional; de una mayor participación del estado en la economía; el refuerzo y garantía de derechos sociales a través de bienes como la educación y salud públicas y gratuitas, así como la reestatización de los fondos previsionales, y algunos servicios públicos elementales. Chile, por el contrario, permaneció con la estructura neoliberal pinochetista a lo largo de toda su vida democrática posterior. Tal fue su pacto democrático, concretado en diciembre de 1989, cuando fue elegido el primer presidente constitucional post Pinochet, Patricio Aylwin, ex falangista: Democracia, a cambio de mantener la estructura económica intacta, y la impunidad de los militares y ex DINA, por los atroces crímenes de lesa humanidad que alcanzaron la espeluznante cifra de 40.000 casos.

La política económica de la dictadura chilena fue similar a la dictadura de nuestro país: De la misma forma, inició procesos de liberalización y desregulación comercial y financiera; endeudamiento externo; extranjerización y concentración oligopólica. En el caso de la Argentina, las privatizaciones que faltaron, fueron efectuadas luego, durante el gobierno menemista. Mientras, en Chile, todo pudo ser efectuado por el propio gobierno de Augusto Pinochet, en sus cuatro etapas institucionales. En resumidas cuentas, para la llegada del Siglo XXI, Chile expresaba, como la Argentina, un modelo neoliberal por excelencia: Privados los servicios básicos como el agua, el gas, las comunicaciones y la electricidad; privadas las jubilaciones; libres las importaciones; sindicatos doblegados y leyes laborales flexibles; etc. Por lo tanto, eran sociedades ya estructuralmente desiguales.

Pero uno conservó la carta que le permitiría morigerar su caída. Chile conservó su mayor activo: El ingreso del cobre, en manos estatales. Esto le permitió disfrutar de un ingreso colosal para mantener un sólido PBI. Hay que mencionar que Chile es, nada menos que el mayor exportador mundial de cobre. Por sí solo, produce más de 5.700 toneladas anuales, siendo más del doble que el segundo a nivel mundial: Perú, que produce 2.200 toneladas, ambos por encima de China, con 1.700 toneladas, importador neto. Desde que Salvador Allende estatizó el cobre en 1971, creando la corporación estatal que luego se denominaría CODELCO, y hasta hoy, éste activo representa, lo que para nosotros sería, por ejemplo, poseer en manos del estado toda la pampa húmeda y el 100% de sus ingresos, desde hace 50 años en forma ininterrumpida. Es que Pinochet era neoliberal, pero supo sacar cuentas, y destruyó todo, excepto la estatal del cobre. Puede parecer irónico, que el factor fundamental, que le permite a Chile ostentar de grandes riquezas, sea la propiedad estatal que la derecha demoniza. Pero es que éste tipo de datos, son sistemáticamente ocultados por el marketing político derechista en la región.

Las protestas de 2019:

Ahora bien. ¿Contra qué se levantaron los chilenos, luego de décadas de modelo liberal mantenido por recursos públicos?:

Es la distribución de la riqueza. El objeto mismo a que apunta todo, aunque no agotado allí.  Recursos y trabajo de todos los chilenos, caídos en manos de la élite oligárquica y sus socios extranjeros, de forma directa e indirecta, a través de la apropiación de todo lo demás, en forma privada. Cuando comenzaron los estallidos sociales en Chile, en octubre de 2019, los medios de comunicación se apresuraron a remitir los hechos a protestas estudiantiles contra la subida de los boletos del Transporte Público, por parte del gobierno de Piñera. Se trataba de un aumento de 30 pesos, llevando los boletos a 830 pesos chilenos, que los estudiantes se negaron a pagar. Piñera dio marcha atrás con los aumentos y recurrió a gestos discursivos de humildad, pero los chilenos no cesaron. Desde el mismo 19 de octubre, se recrudeció la represión y con ello se sumaron más sectores sociales a las protestas, en casi todo el país.

La represión se llevó como saldo la vida de 23 personas, y dejó con heridas oculares a otros 352 manifestantes, aparte de otros miles de delitos graves como torturas y abusos sexuales, según la misión de la ONU asignada a Chile entre el 30 de octubre y el 22 de noviembre de 2019.

Relativamente fácil se volvió sondear los gritos de los chilenos, resistiendo una represión de terror, para avizorar todo el hartazgo contenido por décadas, con erupciones cada vez más frecuentes, pero nunca tan masivas como desde entonces. La desigualdad, ya es intolerable. Según la CEPAL, 50% de los hogares de menores ingresos accedió solo al 2,1% de la riqueza neta del país. En su declaración para un artículo de la BBC, Cristóbal Bellolio, académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, mencionó que el endurecimiento de las condiciones de vida de los últimos años, se sumó el estado de abandono de la salud pública y realidades estructurales como el sistema privado de pensiones, del que hace años se discute sobre la necesidad de reformarlo.

Los chilenos exigen servicios públicos universales y gratuitos, desde los fondos previsionales, el agua y la salud, hasta la Educación Pública. Probablemente muchos, conociendo el ejemplo cercano de la Universidad Pública argentina, que representa el gran sostén de la chance de ascenso social y realización personal y colectiva de la sociedad. Así pues, los chilenos reclamaron una reforma integral de su mundo, avistando para ello, en primer término, la necesidad de reformar su propia Constitución Nacional.

Chile lo cambia todo:

Desde los 80`, en Chile se discute la necesidad de una Constitución democrática, para reemplazar la Constitución de la era Pinochetista. Tras un largo proceso de impulsos y frustraciones, fue el propio Piñera en su primer gobierno, quien frenó en seco la posibilidad de efectuarse la Convención constituyente. A la luz de los nuevos eventos, la presión social en 2019 obligó incluso a miembros del oficialismo, el pedir la apertura de un proceso constituyente. El 7 de diciembre de ese año, mediante consulta ciudadana, resultó aprobado el SÍ, por nada menos que el 92,2% de los 2.437.663 de votantes registrados. Asimismo, en la propia consulta, se dirimió el órgano constituyente. Podía ser una Convención, íntegramente electa a tal propósito. La otra opción, era una Convención mixta, que integraría parte del parlamento, dando más peso a los partidos políticos tradicionales. Ni siquiera eso lograron. La nueva Constitución, sería efectuada desde cero, por convencionales electos por voto directo, al haber triunfado esa opción por el 71,6%.

Las elecciones de convencionales constituyentes se programaron para el mes de abril de 2021. Sin embargo, los avatares de la pandemia en un nuevo rebrote, que por un lado lograron cierta calma, por otro lado provocaron la decisión de SERVEL (Servicio Electoral) de postergar las elecciones. Y no se trató de un proceso sencillo: Por primera vez, elecciones repartidas en dos días, efectuadas los días 15 y 16 mayo, en las que se superponían convencionales constituyentes con gobernadores regionales; alcaldes y concejales en todo el país. Las mega elecciones, sorprendieron nuevamente: Los grandes partidos, en esa suerte de cuasi sistema bipartidista, quedaron rezagados ante fuerzas nuevas de carácter independiente, y con gran participación de minorías indígenas: De los 155 escaños, dos tercios quedaron en manos de partidos independientes y de oposición. El 45% estaban reservados para mujeres; 17 escaños reservados para indígenas. Tal es así, que se puso en marcha un proceso constituyente único y primero en la historia latinoamericana, liderado por una mujer mapuche como presidenta de la Convención: Elisa Loncón, y en el marco de una paridad de género real.

Pero las sorpresas no se acabaron con la Convención en las elecciones de mayo pasado. Ya el día 18 de éste mes de julio que se va, se llevaron a cabo las elecciones primarias, para los precandidatos a presidente de las generales de noviembre. Los favoritos de los grandes partidos de derecha e izquierda, según esos términos, quedaron atrás de los candidatos de partidos independientes, en contra de las tendencias analizadas por todas las consultoras.

Gabriel Boric, ex dirigente estudiantil, de 35 años, de la coalición de izquierda Apruebo Dignidad, desplazando a Daniel Jadue, experimentado dirigente comunista, por 60,43% contra 39,59%. Por otro lado, Sebastián Sichel, de 43 años, de la derechista Chile Vamos, con el 49,1%, se impuso sobre Joaquín Lavín, ex ministro de Educación y Desarrollo Social del presidente Piñera, así como alcalde en la comuna de Los Condes en Santiago, que obtuvo el 31,30%.

Desde un camino diferente, pero encaminados a cambios similares, tanto el pueblo colombiano, que está sufriendo sangrientas represalias, como el peruano que inaugura un gobierno con promesas de cambio constitucional, toda la región parece resolver, cada uno a su modo, el cerco cultural y económico de casi medio siglo de neoliberalismo hegemónico.

Todo lo que puede cambiarse, al parecer, lo está siendo, o muy posiblemente pueda ser cambiado, en la hermana República de Chile. No se trata de una invasión alienígena, pero definitivamente, a la derecha en la región, Chile le ha de parecer otro mundo, y no por la inminente Convención, sino ya desde el momento en que se hizo evidente, que los chilenos no reaccionaron por el precio de un burdo boleto de transporte, sino, por todo.

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