¿El peronismo se transformó en “oligarquía cultural”?

“Para mí no se ve algo como Milei, entendiéndolo como fenómeno cultural, desde Perón. ¿Estaremos siendo los oligarcas de ese entonces? Después toman medidas y me confirman que no, no lo somos. Pero al mismo tiempo sí somos los oligarcas culturales”.

Esta reflexión es una de las más interesantes que encontré en estos dos días que en mis otras redes, las más visuales y dinámicas, estuve publicando contenido para pensar hipótesis respecto de “por qué ganó Milei en Argentina”.

Por: Marisol De Ambrosio.

(Es muy de 2024 decir que) el sociólogo inglés Daniel James logró resumir en un twitt la operación simbólica que hizo el peronismo allá por los años 40, cuando un funcionario de rango menor otorgó ciertos beneficios para la mayoría trabajadora: invirtió los términos de la subalternidad. Es decir: centralizó el discurso de los márgenes, en ese entonces los trabajadores precarizados de un mercado de trabajo modificado por las dinámicas demográficas y avances tecnológicos que llegaban al país. Mientras que la burguesía nacional, el cipayismo de siempre, los apellidos de alcurnia pasaban a convertirse en un símbolo, a través de la Sociedad de Beneficencia, de aquella hegemonía cuestionada por Eva Perón por indigna.

A diferencia de la época de la primera y segunda presidencia de Perón, estamos en un tiempo estético e hiperconectado en donde hoy las apropiaciones culturales y jerarquías simbólicas en la sociedad no son necesariamente un correlato directo de los beneficios económicos que decantan en una mejor calidad de vida, sino que hay ciertas operaciones discursivas que trabajan sobre las emociones y los horizontes colectivos novedosos. Mensajes simples que se leen a través de la estética y la ideología con la que se llenan algunas palabras, más que a través de discursos completos o hechos efectivos.

Palabras como “empatía”, “derechos”, “inclusión”, “militancia”, dichas en las campañas electorales del peronismo en spots llenos de sepia y cabellos de colores comenzaron a ser rechazadas por el colectivo que escucha las palabras “trabajador”, “emprendedor”, “orden” y “sacrificio” en la boca de un líder inexperto y prefiere sentirse escuchado y no explicado.

Hay una palabra bastante repetida, el concepto de “bajar”. Bajar línea, bajar al territorio. ¿Bajar para incluir? ¿Quién decide sobre la condición de excluidos de las personas como para considerarlas dignas de la inclusión? ¿Es que acaso están arriba de sus representados? ¿Son la Sociedad de Beneficencia que Evita rechazaba por oligarcas? Porque la “caridad” y la “beneficencia” son más verticalistas que horizontales (“bajar y subir” no es “de igual a igual”).

Como decía mi seguidora, si hablamos de medidas económicas, lejos estamos de pensar que Javier Milei y su gobierno están tomando medidas que beneficien a los trabajadores. Al contrario: Milei (y no Javier, sino aquello que generó en sus votantes) es un fenómeno cultural que excede con creces -al menos en esta etapa inicial de su gobierno- las expectativas del bolsillo de quienes lo votaron. Es una resistencia a seguir viendo cómo los de arriba bajan, cómo los cultos explican, cómo los que hablan de un todos hacen una sola riqueza: la suya “con la tuya, contribuyente”.

(¿Importa la verdad de la última afirmación? ¿O el verosímil colectivo que dice que todos los kirchneristas son corruptos?)

El margen, esta vez, en el centro. En 2024 debería haber una reversión a la famosa frase peronista. Es época del “Mejor que sólo hacer es comunicar. Y mejor que declamar es persuadir”. Aprender a comunicar y hablarle a sus representados es el desafío que tiene el peronismo, si es que quiere ser más que una nostalgia de un tiempo mejor que nunca será otra vez.

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