Historias peronistas: la odisea del cuerpo de Evita.

El 4 de junio de 1952, Evita, con sus ultimas fuerzas y atiborrada de calmantes, sale al balcón para despedirse para siempre de sus “descamisados”.

A sus 33 años, la tarde del 26 de julio del ’52 y después de dos años de sufrir un tumor en el útero, muere.
Al día siguiente, una muchedumbre forma ya una columna silenciosa para rendirle un último homenaje que durara más de dos semanas.
El dolor del fallecimiento en los barrios populares se contrasta con la celebración de las zonas pudientes donde se podía leer en las calles “viva el cáncer”.

Antes de su fallecimiento, la primera dama había decidido que sus restos se entierren en “El Monumento al Descamisado” de 140 metros. Sin embargo, por dificultades técnicas y la magnitud de la obra relentizan su ejecución. Pero luego, con la dictadura del ’55 que derroca a Perón y lo obliga al exilio, se detiene la construcción de la estatua. El cadáver de Evita se lleva escondido al edificio de la CGT.

La dictadura se enfrenta a un gran problema cuando el cuerpo fue descubierto, ellos temen que si cae en manos de la Resistencia Peronista se desate una revuelta que sacuda al país. Pero también comprenden que tienen una gran oportunidad para eliminar por siempre el mayor símbolo del peronismo. Es entonces que proponen desaparecerlo quemándolo o arrojandolo al mar pero los escrúpulos religiosos difieren e imponen una sepultura cristiana pero clandestina.
El 22 de noviembre del ’55, ingresaron a la CGT un grupo militar con Carlos Moori (jefe de la Inteligencia militar) y siguiendo las ordenes del general Pedro Aramburu retiraron el cadaver en un camión. Este “viaje” duro horas sin un destino, hasta que finalmente fue llevado a una casa del Servicio de Inteligencia del Ejercito en el barrio Belgrano. Se mantuvo allí hasta que aparecieron velas al pie de los árboles y en los balcones, los comandos clandestinos la habían localizado.

El cuerpo fue trasladado a distintas sedes de inteligencia, incluso Moori Koenig quiso llevarlo a su casa pero su mujer lo impidió. Terminó en el altillo de la casa del mayor Eduardo Arandía, pero una madrugada escucho ruidos y pensando que alguien estaba entrando a su escondite asesinó de dos tiros a su esposa embarazada. Luego de eso, Koenig lo guardó en su armario junto a su despacho en Viamonte 1816, la sede del SIE. Sin embargo, se descubrió que manoseaba el cuerpo y fue separado de su cargo. Las fuerzas ya no sabían que hacer con ella; empezaron a pensar de nuevo en terminar con sus restos para siempre, hasta que Aramburu tomo el control y decidió enterrarla en el exterior.
En enero de 1957 se inició la “Operación Traslado” en conjunto con Francisco Rotger, un sacerdote de la Compañía San Pablo; el los orientó para introducirse al Vaticano.

El teniente coronel Gustavo Ortiz viajó a Roma y contactó al superior de la Compañía San Pablo, el padre Giovanni Penco. Fue a él a quién se les ocurrió que Evita debía ser transportada bajo la identidad de “María Maggi de Magistris”. Así fue como Evita viajo hasta Europa bajo la identidad de una italiana cuya última voluntad era ser enterrada en su país. Ella había nacido en Dálmine, provincia de Bérgamo, Italia, en 1910 y había fallecido en 1951 en San Vicente.
El cadáver de Evita fue enterrado el 14 de mayo de 1957 en la sepultura 41 del sector 86 del cementerio Maggiore, en el barrio Mussoco de Milán. Permaneció allí durante 14 años.

Mientras tanto, en la Argentina el cuerpo era un enigma. Ningún gobierno posterior había recibido información sobre su destino. Y en el peronismo, el cadaver de Eva seguía generando ritos, veneraciones, y el reclamo de su paradero. Se rumoreaba que había sido enterrada en la iglesia San Francisco, la misma iglesia en la que Eva se había casado con Perón en 1945. Un artículo de una revista informaba que la inteligencia militar había enviado tres ataúdes para enterrarla en Europa (Bélgica, Alemania e Italia). En uno de ellos estaba el cuerpo de Evita.

Cuando Montoneros secuestró al general Aramburu en 1970, lo interrogaron sobre el hecho, pero el se limitó a responder que tenía sepultura cristiana, y estaba protegida por el Vaticano.
Lanusse, presidente de facto desde marzo de 1971, decidió la restitución del cuerpo de Eva a Perón, en el marco de una negociación política, y toda la maquinaria de inteligencia invirtió el procedimiento para la exhumación.
Le anticiparon la novedad al nuevo superior de la Compañía San Pablo, padre Giulio Madurini (Penco había muerto en 1965). Entonces se contrato un servicio fúnebre en Milán para elm traslado del cadáver a España.

El chofer italiano, Roberto Germano, condujo el féretro engañado por la inteligencia argentina. Él creía que trasladaba el cuerpo de María de Magistris. Y cuando el coche estaba cerca de Madrid, lo apartaron del volante, y se dirigieron a la casa de Perón. El 3 de septiembre de 1971, a las 20.50, ingresaron a Puerta de Hierro.
Cuando Perón volvió a verla, la vio pálida, amarilla. Parecía que la hubiesen quemado. Advirtieron que había un aplastamiento en la nariz provocado por la presión del cristal de la tapa, además de dos ligeras marcas en la frente, del lado derecho, por la misma razón. Las mejillas, los labios, el mentón conservaban la misma forma. La túnica mortaja era más corta. Ahora se podían ver los pies. Pero las puntas de los dedos estaban maltratados a causa de roces o presiones. Los brazos mantenían la misma postura, como lo había dejado en 1955. Pero, en la parte superior, habían quedado huellas de los choques del cuerpo con los costados de la caja.

Isabel y las hermanas de Eva procedieron a cambiarle la ropa. Le pusieron un vestido nuevo y la colocaron en una mesa del primer piso de la residencia, cubierta con una sábana blanca. Los primeros días, Perón pasaba muchas horas junto a ella y Victoria y Rosario, dos de las empleadas domésticas, le llevaban flores frescas cada mañana.
El 17 de noviembre de 1974, después de la muerte de Perón, en un operativo secreto coordinado por López Rega, que sorprendió a los sindicalistas, el cadáver de Evita llegó a la base de Morón y luego, en un avión militar, aterrizó en Aeroparque. La custodia del entonces ministro de Bienestar Social, miembros de la Triple A, con ametralladoras a la vista, rodeó el auto fúnebre que trasladaba el cuerpo de Eva para dar seguridad al traslado. Y una multitud saludaba el paso del auto. Habían pasado 19 años desde su secuestro en en segundo piso de la CGT.


El cadáver fue colocado en una pequeña cripta en la residencia de Olivos, junto al de Perón. Pero en octubre de 1976 el general Jorge Rafael Videla ordenó que se la llevaran. Eva fue trasladada al cementerio de la Recoleta, donde hasta el día de hoy descansan en paz sus restos.

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